Límites – Decir que no a un bebé de meses
El peque está cada día más movido. No hay duda, es un niño al que le encanta explorar, que todo lo toca y todo lo quiere coger (y morder, y estirar, …). Tan pronto saca la tierra de la maceta como se sube con la ayuda de su «coche» al mueble de la tele. Es un bebé de tan solo 10 meses, y, como corresponde, está en su etapa de exploración. A eso hay que unir que es especialmente movido, que tiene mucha fuerza y que no tiene miedo a nada. Una combinación explosiva…
Su lenguaje activo es de apenas 4 palabras: guau-guau, agua, mamá y papá. Y apenas sabe utilizarlas en su contexto (salvo la de guau-guau, ¡hay que ver!). Se gira cuando le llamas por su nombre, y, supongo que algo entiende, aunque sea muy poco y más bien se guíe todavía por su contexto.
Ante esa situación lo que nosotros hemos hecho es adaptarnos nosotros a las circunstancias: quitar de su alcance lo que no queremos que toque, comprar cierres de seguridad para los armarios que contienen cosas delicadas (lejía, jabones, medicamentos, vajilla, …), reordenar la casa para dejar espacios más seguros, vigilarle de cerca en todo momento, etc.
Soy de las que cree que no vale la pena estar todo el día disgustados porque quiera coger una cosa o hacer algo que yo no quiera. El día es demasiado corto para estar enfadados. Si hace algo que no me gusta intento redirigir su atención a otra parte (por ejemplo, si va gateando directo hacia las escaleras lo cojo en brazos para enseñarle lo que hay en la ventana, o si está chupando el teléfono, se lo cambio por un juguete que le gusta).
Ahora mismo no tiene sentido intentar que un bebé con un vocabulario de cuatro palabras mal dichas comprenda que no debe hacer ciertas cosas. ¡Si no es capaz de comprender absolutamente nada de lo que le diga!.
Cuando hace algo que no me gusta, le digo cariñosamente que eso no me gusta y que mejor hacemos otra cosa y ¡a otra cosa mariposa! ¿qué sentido tendría ponerme echa una furia si él no va a saber por qué me estoy enfadando?. Realmente, debe ser desconcertante ser bebé.
Ayer hablaba de esto mismo con una amiga. Ella había hecho lo mismo que yo: poner fuera del alcance de su peque todo lo que era peligroso. Y había sido muy duramente criticada por su familia: hay que poner límites, tiene que saber qué significa «no».
Desde luego que hay que poner límites. Pero llegarán a su debido tiempo, cuando el peque sea capaz de comprenderlos (que espero que sea dentro de unos pocos meses más). Cuando le pueda explicar que ciertas cosas no me gustan y él pueda entenderlo. Cuando sea capaz de recordar de una vez para la siguiente lo que nos gusta y lo que no.
Y esos límites vendrán con una explicación (que al principio no entenderá, pero seguro que con el tiempo lo hará). Y vendrán indicados de una forma positiva, y reconducidos hacia mejores quehaceres. Intentaré que ese «no» venga de la mano de una respuesta positiva, adaptada al lenguaje que él pueda entender. Que los «no» sean siempre coherentes, que no sea una vez «no» y otra «depende». Y que sean los «noes» justos y necesarios, sin llenar su vida entera de «noes».
Quiero que mi hijo comprenda los límites, para que no haga nada que sea peligroso o que dañe a los demás. Pero tampoco quiero que tenga una vida rodeada de «noes», que condicionen sus mejores cualidades: su capacidad de exploración, su aprendizaje, su forma de relacionarse con los demás, su curiosidad… Tanto «no» amedrenta a los más pequeños.
Hay que diferenciar aquellas acciones que merecen un buen «no» (beber lejía) de aquellas otras en las que los «noes» no son tan necesarios (chupar la mesa). Deberemos priorizar, y transmitirle al peque unas cuantas órdenes concretas que sea capaz de entender, para que el verdadero «no» no se quede enturbiado por mil otros «no» prescindibles a lo largo del día.
Todo el mundo, incluso nuestros peques, tienen derecho a equivocarse y a aprender de ello. No tiene sentido meterles en una burbuja. ¿Quién no se ha hecho un rasguñón haciendo el bestia en los columpios? ¿por qué no dejamos que nuestros hijos exploren, aunque vengan algún día con el mismo rasguñón en la rodilla que nosotros tuvimos hace muchos años? ¿realmente nos creemos capaces de protegerles de absolutamente todo con nuestros «noes»?
En fin… un tema para seguir pensando mucho mientras llegue el momento de ponerlo en práctica de forma más efectiva 🙂 ¿qué opináis vosotros?