Mi parto

Una de las cosas que más me ayudó a prepararme y mentalizarme para el parto fue leer las experiencias de otras mamás en sus respectivos partos. Por suerte, por internet hay montones de historias, todas diferentes y especiales, pero que, entre todas, te permiten hacerte una idea de las cosas que pueden pasar ese día, y te pueden ayudar a mentalizarte de los diferentes finales que puede tener tu parto.

Desde luego que no hay que hacerse una idea muy cerrada de cómo quieres que salga todo, porque las cosas pueden cambiar en cuestión de segundos e irse al traste todos tus planes. Es mejor llevar una mente abierta, estar dispuesta a lo que sea… y no darle demasiadas vueltas. Es verdad que es un proceso duro, pero muchas veces nos pasamos de temerlo y de exagerarlo. Hay mujeres que parece que disfrutan metiendo miedo a las futuras mamás primerizas con el tema del parto, lo mejor es no hacerles ni caso.

Así pues, voy a contar cómo me fue a mí el día del parto. Me ha quedado un relato muy largo, pero no quiero dejarme ningún detalle, ahora que aun los recuerdo. Considero que fue un parto bastante bueno (para lo que puede ser un parto). Sé que fue un parto largo y con contracciones muy fuertes, pero como iba bastante mentalizada la cosa pasó más o menos bien (salvo un par de ratitos malos).

Comenzó todo estando de 39 semanas+ 1 día. A las 3 de la mañana estaba en la cama un poco inquieta. Llevaba ya más de dos meses durmiendo bastante mal por las noches, y esa noche apenas había pegado ojo. Mi marido estaba muy resfriado, y entre el miedo a que me lo pegara, que yo tenía unos calores que necesitaba tener las ventanas abiertas de par en par y que no hacía más que levantarme toda la noche, me había ido a dormir a otra habitación para dejarle dormir tranquilo. De repente noté cómo se rompía la bolsa. Es como cuando se rompe un globo de agua que llevas en la mano, y notas que se rompe y enseguida empieza a salir el agua, pues algo así. Me levanté de la cama de un salto y corrí al baño. Por el camino iba dejando el rastro de líquido. No me lo podía creer. Pensaba que el peque se iba a retrasar y aun no me notaba preparada para ese momento, pero estaba claro que ese día, o el siguiente como tarde iba a nacer nuestro primer hijo.

Empecé a llamar a mi marido hasta que se despertó «¡Cariño, despierta! He roto aguas, viene el peque!!». Él saltó de la cama y vino enseguida. Las aguas eras transparentes. Yo me quedé en el váter un poco porque salía bastante líquido, y mientras él acabó de meter las cosas que nos faltaban en la maleta (tanto tiempo esperando y no habíamos terminado de prepararla), limpió el pasillo y se dio una ducha rápida. Luego me duché yo y me puse una compresa y salimos en coche hacia hospital. En ese momento estaba un poco incrédula, pero muy tranquila. Era como ver una película en la que van pasando cosas delante de tus ojos.

Llegamos al hospital sobre las 4 de la mañana. Mi marido me dejó en la puerta y él se fue a aparcar. Mientras me hacían los papeles llegó él enseguida. No encontraban mi historial por ninguna parte. Una celadora nos acompañó arriba mientras lo buscaban. No podíamos coger el ascensor, nos explicó que con las embarazadas no lo podían usar por si acaso se rompía, así que nos tocaba subir andando. Por suerte en ese momento no suponía ningún problema para mí. Enseguida llegamos a la sala de exploraciones, y la enfermera se fue a llamar a la ginecóloga de guardia, que llegó al cabo de un poco con cara de sueño. Enseguida llegó otra mujer con mi historial, que por fin había aparecido. La gine miró mi historial y me preguntó un par de cosas. Me hizo el primer tacto del día (un poco molesto pero no tanto como esperaba). El caso es que estaba totalmente verde: el cuello del útero totalmente cerrado y sin nada de dilatación. Me hizo toser fuerte para asegurarse de que estaba rota la bolsa y ver el color de las aguas. La enfermera midió temperatura y la tensión: todo bien. Luego la gine nos explicó que justo estaban empezando a aplicar un protocolo para las mujeres que como yo teníamos bolsa rota, el cultivo negativo y las constantes estables, y que consistía en que si queríamos nos enviaban a casa para esperar y dar tiempo a ver si nos poníamos de parto solas, con la condición de que nos tomáramos la temperatura cada 4 horas. Si la temperatura pasaba de 37,5 o si teníamos contracciones cada 5 minutos, o si… un montón de cosas…. entonces teníamos que volver al hospital. A las 4 de tarde tenía que volver de todos modos al hospital porque igual me tenían que poner antibiótico por tener la bolsa rota. Así que me preguntó si quería quedarme o irme a casa con esas condiciones ¡A casa, por supuesto!. Cuanto más natural fuera todo, mejor.  Y en casa se está mejor que en cualquier sitio. Viviendo tan cerca del hospital y estando aun tan verde la cosa era fantástico poder esperar en casa. Aun así me pasaron a monitores. A mi marido no le dejaron pasar (no lo entiendo, la verdad….). Él esperó fuera y yo pasé a un cuartito pequeño donde me pusieron un par de cintas en la barrigota, una para ver las contracciones y otra para el latido del bebé. Estuve allí tranquila unos 20 minutos. La matrona me dijo que ya tenía contracciones, aunque eran pequeñas. La verdad es que yo no las identificaba bien. Eran diferentes a las que había tenido durante el embarazo, y pensaba que se tendría que poner dura toda la tripa pero sólo se ponía de mitad para abajo. Un ratito allí y viendo que todo estaba en orden, a casa.

Así pues, volvimos a casa otra vez. Yo ya veía que esto se iba a alargar mucho y que más valía descansar. Pusimos un par de toallas en la cama y nos volvimos a acostar. Mi marido se pudo dormir enseguida y yo no llegué a dormirme porque iba notando las contracciones suavecitas, pero sí que me quedé tranquila intentando descansar. Sobre las 6 de la mañana me levanté porque las contracciones ya empezaban a ser más fuertes. No eran demasiado dolorosas pero ya no me iban a permitir dormir y en la cama estaba incómoda. Me fui al salón y me puse sentada en el balón de pilates un rato, un rato en el sillón, otro rato andando un poco… Era bastante llevadero. Iba apuntando en el móvil los minutos en los que me venían las contracciones, y la verdad es que aunque no eran demasiado dolorosas sí que venían cada poco tiempo.

Sobre las 11 de la mañana ya había estado bastante rato con contracciones de un minuto que venían cada 4 minutos. Yo estaba bastante bien y no me dolía apenas, pero como en las condiciones de mandarnos a casa ponía que si tenía contracciones cada 5 minutos teníamos que volver al hospital decidimos ir por si acaso. Otra vez la misma operación. Esta vez encontramos aparcamiento cerca y fuimos andando un trozo. Entramos directamente a la planta de maternidad. Esta vez me pasaron directamente a monitores. A mi marido lo dejan fuera otra vez. Otro ratito allí con las correas, y vino después otro ginecólogo. Enseguida me dijo «por la cara que llevas me parece que te vamos a mandar otra vez a casa». Yo ya le dije que estaba fenomenal, pero que como ponía en la hoja que si tenía contracciones volviera, yo había ido. Me hizo otro tacto. 1 centímetro y cuello borrado. La cosa se empezaba a mover y me estaba poniendo de parto yo sola, lo cual era muy bueno. Yo estaba super contenta de ver que ya empezaba a moverse todo, hasta que nos dijo «volver mañana a las 8 de la mañana» ¿cómooo? ¿no habíamos dicho que ya me estaba poniendo de parto? ¿quieres decir que es posible que esté así hasta mañana a las 8 de la mañana?. Me dijo que si me ponía de parto antes que fuera. Le pregunté cómo sabría si me ponía de parto, porque ya estaba con contracciones cada 4 minutos y me aseguró que me daría cuenta y sabría cuándo ir al hospital de nuevo.

Nos volvimos a casa de nuevo. Al llegar a casa enseguida las contracciones empezaron a ser más fuertes, pero aun llevables. Estuvimos viendo la tele un rato y llegó un momento en que eran ya bastante fuertes, pero aun me veía que aguantaba bien. Sobre la 1 le dije a mi marido de comer ya viendo que la cosa empezaba a apurar: más vale llevar una comida por adelantado, que luego a saber cuándo volvemos a comer. Se puso a preparar la comida y mientras la preparaba la cosa se empezó a poner seria. Empecé a intentar hacer las respiraciones que habíamos aprendido en las clases de preparación al parto, pero enseguida ¡a la porra las respiraciones!, me dolía demasiado para concentrarme en respirar, y dar pequeños gemidos muy rápidos me aliviaba más. Quise comer, pero apenas pude con dos bocaditos de pechuga de pollo. En cuanto acabó de comer mi marido nos fuimos al hospital de nuevo, con contracciones muy dolorosas.

Por el camino, cada vez que me venía una contracción me tenía que encoger, casi hubiera necesitado parar el coche en medio de la calle. Una me vino justo en un badén y ví las estrellas. Esta vez me tuvo que dejar en la puerta e irse él a aparcar. Teníamos claro que esta vez sí que me quedaba. Eran las 2 del mediodía y la sala de urgencias estaba llena. Les dije en admisión que ya había ido a las 4 de la mañana y a las 11 y me dijeron que entonces no había que hacer papeles de nuevo. Esperé allí a mi marido, de pie, mientras me venían las contracciones. Debía de ser el espectáculo de la sala de espera de urgencias, con todos mirando, jeje. Cuando llegó mi marido nos acompañó otra celadora muy maja, por las escaleras otra vez, pero haciendo una parada cada vez que venía una contracción. Nos hizo quedarnos en un pasillo y nos dijo que enseguida salían a por nosotros. Aun así, tuvimos que esperar un ratito, que se me hizo eterno. Salían varias parejas que les habían dado el alta con sus bebés, y nosotros allí estábamos esperando aun. Vino una enfermera justo cuando me venía una contracción: «Acompáñame». Yo estaba de pie apoyada en la pared mientras pasaba la contracción. Le dije que esperara un momento. «¿Viene usted conmigo?» «Un momento», otra vez me volvía a repetir. Joder, que trabaja en maternidad y sabe lo que es un parto ¿por qué no espera un minuto que dura la contracción y ya nos vamos?. En fin… que ya no le contesté nada más y me mordí la lengua pero esperé allí a que pasara y cuando pasó le acompañé. Otra vez dejaron a mi marido fuera y me hicieron pasar a monitores. Esta vez me dejaron más rato allí. Al cabo de un rato vino el gine otra vez, el mismo que estaba por la mañana. «Ahora tienes otra cara» me dijo. Y tanto que tenía otra cara. Me volvió a hacer un tacto: 2 centímetros. Me dijo que aun no estaba de parto (hasta no llegar a 3 por lo visto no se considera estar de parto, aunque te estés ya retorciendo). Aun así, como la cosa estaba ya en marcha y las contracciones eran ya fuertes, me dijo que si me parecía bien me dejaba ya ingresada. Ahora sí que me pareció bien quedarme. Esto para mí ya estaba descontrolado, y donde mejor podía estar ahora era tranquila en el hospital, sabiendo que no tenía que andar de un lado para otro y que tenía a la matrona cerca por si la necesitaba de repente. Mandaron a mi marido a hacer los papeles del ingreso y yo me quedé allí, ya sin las cintas. Me puse el pijama que me dieron (sí, de esos del culo al aire) y la matrona me trajo un balón de pilates para que me relajara y me puso una vía en el brazo para el gotero. Al cabo de un ratito apareció ya mi marido para quedarse conmigo.

Cada vez apuraba más, y las contracciones iban siendo más fuertes. Perdí la noción del tiempo. En el balón de pilates ahora me molestaban más aun, y en el váter parece que dolían algo menos. Además, el cuerpo (que es muy sabio), me estaba haciendo desde principio de la mañana una buena limpieza de estómago, así que estaba en el baño todo el rato. Llevábamos ya varias horas allí, con contracciones muy muy fuertes, y yo ya no sabía cómo ponerme. En una de las visitas que nos hizo la matrona me vio ya muy apurada. Me temblaban mucho las piernas y yo notaba mi cuerpo descontrolado. Mentalmente lo estaba llevando muy bien, esperando sin miedo a la siguiente contracción y con calma, pero físicamente mi cuerpo no estaba reaccionando bien. Me quiso hacer un tacto. Yo ya pensaba que llevaría bastante dilatado, eran muchas horas y las contracciones realmente fuertes. Pero nada: 2,5 centímetros. Es decir, en todas esas horas sólo había dilatado medio centímetro. Mi gozo en un pozo. La moral hundida. Así que hay que llegar a 10 y este medio centímetro de mierda había costado tantísimo. Esto se iba a alargar demasiado. Cada vez que venían me decían que tenía unas contracciones buenísimas: pues vaya resultado para ser buenísimas.

Yo que era bastante escéptica con el tema de la epidural y me había convencido de intentar aguantar sin ella, a estas alturas estaba deseando que me la pusieran. Me dijo que hasta no llegar a 3 centímetros y medio o 4 no me la podían poner, pero que viendo que estaba tan mal se iba a hablar con la anestesista a ver qué se podía hacer. Enseguida vino de nuevo la matrona y me dijo que me la iban a poner enseguida. Una vez que me la pusieran ya no me iba a poder mover de la cama, tenía que estar allí enganchada a los goteros y con las cintas puestas, pero de todos modos… si ya no me podía mover de lo que me dolía, así que me daba igual. Fui al baño por última vez y me puso un gotero de suero para hidratar. Desde que me dijo que me la iban a poner hasta que me puso el gotero y vinieron aun tardaron un ratito que se me hizo eterno. La anestesista llegó con un carrito lleno de cosas y 3 ayudantes más, en plan avalancha. Hicieron salir a mi marido, que aprovechó para tomarse un café, y empezaron a preparar todo. Prepararon un montón de cosas, muchísimas cosas. Dejaron una tela en la cama con las cosas encima que yo no podía tocar. Cuando pasó una de las contracciones empezaron. Una de las ayudantes me sujetaba y las otras le iban pasando a la anestesista lo que pedía. Primero un pinchazo pequeño que pica un poco (una anestesia local). Mientras ponen la epidural se nota un poco cómo manipulan en la espalda pero no duele. Se fueron las ayudantes con todo el tinglado y se quedó la anestesista allí un momento a esperar a ver cómo reaccionaba. Increíble, en apenas un par de contracciones ya notaba el cambio, y lo notaba mucho. Tenía entendido que había que esperar media hora, no sé cómo pudo ser que fuera tan rápido el alivio. La anestesista ya se fue tranquila viendo el trabajo bien hecho.

Una vez que me pusieron la epidural la cosa cambió de forma radical. Sentía las contracciones como al principio de la mañana, que las notas pero no duelen. Volví a disfrutar del parto, a charlar con mi marido, a sonreír de nuevo y a contar chistes… No pensaba que la epidural fuera a funcionar tan bien: notaba las contracciones pero no me dolía, las piernas las sentía completamente y simplemente notaba un poco de cosquilleo en la zona de la tripa. El dolor se había ido y me quedaban las sensaciones solamente.
La siguiente vez que vino la matrona y vio el gráfico me dijo que se estaban distanciando las contracciones y que tenía que ponerme oxitocina. Yo, cuando estaba embarazada, muy inocentemente había pensado que era mejor no usar epidural ni oxitocina… Ahora la verdad es que todo me daba un poco igual: si para poder estar con la epidural hacía falta poner oxitocina pues bienvenida era. Así que allí me puso el gotero de la oxitocina. Enseguida las contracciones volvieron a venir cada un par de minutos y la matrona nos dejó solos otra vez. En el gráfico vimos cómo cambiaba la forma de las contracciones desde que pusieron el gotero de la oxitocina: ahora eran más fuertes y con un pico más marcado. Aun así, yo con la epidural estaba en la gloria, no me molestaban las contracciones sino que las llevaba fenomenal, esperando paciente entre una y otra y disfrutando del parto y de la espera del chiquitín. Al relajarme empecé también a dilatar más rápido, y enseguida estaba con 4 centímetros, casi sin enterarme y en muy poco rato. Creo que el dolor me hacía estar muy reactiva y no me estaba permitiendo dilatar bien, porque fue relajarme con la epidural y que el tema empezara a fluir de nuevo.

La cosa siguió avanzando, pero hubo un momento en el que me empecé a encontrar mal otra vez. Las contracciones volvían a ser dolorosas, sobre todo en el lado derecho que estaba como menos dormido, y no me encontraba demasiado bien. Vino la matrona y avisó enseguida al gine. Resulta que yo tenía la tensión muy baja y al chiquitín le estaban bajando las pulsaciones con cada contracción. El gine comentó que lo bueno sería que estuviera ya completa, pero miraron y sólo había 4 centímetros y medio. Comentó que esperábamos pero poco rato, que el parto debía terminar pronto. ¡Horror!, el fantasma de la cesárea acecha…con todo lo que había pasado para llegar hasta ese punto. Llamaron a la anestesista para ver si me podía meter otro chute y arreglar el tema del lado derecho, y enseguida puso un fármaco en el gotero que solucionó el problema. Otra vez estaba como hacía un rato, muy tranquila y serena y disfrutando de nuevo. La tensión me subió hasta un valor normal del nuevo y las pulsaciones del peque retomaron un poco. La matrona aprovechó para acelerar las cosas e intentar que el parto fuera lo más corto posible para que el bebé no empezara a sufrir, así que me aumentó bastante la dosis de oxitocina en el gotero.

Pasó apenas un momento y de repente tenía muchas ganas de ir al baño. Le pedí que si me dejaba levantarme un momento. Sentía que era urgente ir. Me preguntó si notaba la cabeza del bebé presionando, pero a mí no me parecía que fuera el bebé. Aun así me preguntó si quería que me hiciera otro tacto, aunque con la bolsa rota y habiendo pasado tan poquito rato del último no era recomendable, pero yo notaba eso muy fuerte, así que le pedí que lo hiciera y …. ¡completa!. Pero si hacía apenas un ratito corto estaba aun por 4 y medio ¿cómo era posible eso?. Realmente, cada vez que conseguía relajarme la cosa avanzaba muy bien.

Estaba eufórica ya. No me lo podía creer. Por fin sentía que estaba muy cerca de conocer a mi pequeño. Ahora todo dependía de mí. Veía el final cerca. Hasta ahora me había sentido una espectadora, viendo pasar el tiempo mientras dilataba, sin poder hacer nada que acelerara las cosas, esperando paciente y soportando lo que me venía. Ahora en cambio todo dependía de mí, me sentía poderosa. Iba a poder empujar, tenía el poder y la obligación de traer al mundo al peque. Todo estaba en mis manos…

La matrona me explicó cómo empujar, cogiendo las rodillas con las manos y abriendo completamente las piernas para dejar espacio, una postura realmente incómoda. Me dijo que el bebé estaba colocado aun muy arriba y que iba a tener que estar empujando mucho rato. Se volvió a ir para dejarnos solos de nuevo y allí nos quedamos tranquilos, esperando pacientes entre una contracción y otra y empujando muy fuerte en cada una.

Es raro, porque, aunque estaba empujando muy fuerte, tampoco sentía estar usando todas mis fuerzas. Como parecía que iba para largo me reservaba siempre un puntito para aguantar. Era genial sentir en cada empujón como estaba cerca el final. La palabra que define a una mujer en esta fase es sin duda «poderosa». El parto es una experiencia muy animal, muy bestia, y estos momentos son en los que sientes que estás por encima de todo, que eres fuerte, que eres mujer, y sobre todo, poderosa…
Es verdad que en esta fase hay un poco de dolor, pero apenas lo sentí, estaba concentrada en mi tarea de empujar. El tiempo pasó realmente rápido en esta fase.
Hubo un momento en el que no llegaba a sentir con precisión cuándo venían las contracciones. Puse a mi marido a observar la gráfica para que me avisara, y así siempre que venía una estaba preparada para aprovecharla a tope y que me diera tiempo al menos a hacer un par de pujos buenos. Coger aire y empujar con todas mis fuerzas, soltar y volver a coger y otra vez… hasta que la contracción desaparece y tengo un minuto y medio para volver a coger fuerzas y darlo todo en la siguiente.

Llegó un momento en el que a mi marido le parecía ver algo por allí abajo, aunque no estaba nada seguro. Enseguida yo empecé a notar la cabeza que presionaba muy abajo. Llevábamos casi una hora empujando. Le pedí a mi marido que llamara a la matrona de nuevo. No me atrevía a seguir empujando sin ella allí porque notaba la cabeza y me daba pánico que fuera a salir sin más. Dijo que llevábamos poco rato para lo arriba que estaba pero que ya venía a mirar, y se sorprendió al ver que ya estaba a punto. Me hizo hacer un par de pujos más con ella allí porque aunque se veía la cabeza se volvía a subir entre una y otra. Por lo que decía, cuanto menos tiempo estuviera en el paritorio era mejor, así que tenía que tenerlo a punto cuando hiciéramos el traslado. Cuando terminé el segundo llamó a la enfermera. «¡Rápido, que nos vamos al paritorio ya!».

De repente una vorágine alrededor. En un momento tenía a un par de enfermeras que me hacían saltar a otra camilla y me llevaban al paritorio que está allí al lado. Mi matrona desapareció mientras y apareció vestida de verde con mascarilla y un gorro (no fui consciente de que era la misma que me había atendido y esta que estaba en el paritorio hasta días después). A mi marido no le dejaron entrar hasta que le dieron un gorrito, mascarilla y traje verde y se lo puso (mientras yo lo veía en la puerta del pasillo). Otra enfermera me limpió la zona con agua y, después de preguntar a la matrona me rasuró un poquito en un lado. Un montón de cosas sucedieron muy rápido. Todas corrían alrededor y se preparaban. Mientras, me dijeron que no empujara, que tenía que esperar. Yo pensaba «manda narices, con el tiempo que he estado ahí, ¿por qué no me han traído antes?». Realmente me costaba esfuerzo aguantar las contracciones sin empujar. Porque cuando empujas no sientes el dolor y te concentras en el pujo. El cuerpo pide empujar, y cortar eso es molesto.

Una vez que ya estaba todo preparado y mi marido a mi lado fuimos a faena: «empuja todo lo que puedas en la siguiente». Vino la siguiente contracción y empecé a empujar, pero a los pocos segundos empezaron a gritar que parara. La matrona hizo un corte, que no me dolió ni sentí. Noté salir la cabeza del chiquitín. No dolía, simplemente sentí que me abría y que salía. Enseguida la matrona empezó a tirar despacio pero con precisión y a girarle y salió el cuerpecito. Eran las 9 de la noche.

Lloros. Del bebé, del papá y míos. Lágrimas, de enfado del chiquitín, de emoción las nuestras. Amor a primera vista. Un bebé precioso, lo más guapo que había visto en mi vida. Aun cubierto de sangre, frágil y hermoso a partes iguales.

Me lo pusieron encima un momento. «Míralo, está muy bien». Apenas lo vi un momentín, sin ni siquiera tocarlo, y se lo llevaron para ponerlo en el nido que estaba en la misma habitación. Ya me habían avisado antes de que en el paritorio de mi hospital no consiguen obtener la temperatura adecuada y que por eso los tienen que poner en el nido, así que iba preparada para la separación. Es un poco desgarrador que se lo lleven y no lo dejen contigo, porque en ese momento sientes que necesitas tocarlo y abrazarlo más que nada en el mundo. De todos modos, desde donde estaba veía las manitas y los pies que salían por encima del nido, se movían mucho, y lo oía llorar. Mi marido podía verlo estando de pie al lado mío, y me tranquilizaba verlo cómo sonreía mientras lo miraba.

Faltaba aun que saliera la placenta. La matrona empezó a hacer un poco de presión con las manos en mi tripa. Me dijo que ya saldría sola. Cuando ya iba a salir le pregunté si tenía que empujar y me dijo que no, que salía sin más. Recogió la placenta en una palangana y la examinó, y les dijo a las enfermeras que estaba entera. Una enfermera la pesó (600 gramos). Me preguntó si quería verla y le dije que casi mejor que no. Mi marido echó la vista y enseguida se puso un poco blanco. Con lo que le impresiona la sangre no sé cómo le dio por mirarla, supongo que fue curiosidad, de esa de mirar sin pensar.

Después la matrona empezó a coserme. Me explicó que había visto que iba muy justo y que tenía mucha tensión y había tenido que hacer un corte. La anestesia se me había empezado a ir, y me comentó que si era capaz de aguantar era mejor por no poner otro chute, pero que le comentara. Después de lo que había pasado, era capaz de aguantar esto perfectamente, se me había ido un poco la anestesia pero era bastante soportable. Empezó a dar puntos y más puntos, eso parecía que no terminaba nunca. Bueno, no era momento de pensar en cuántos puntos me llevaba (por cierto, fueron 5 externos y otros tantos internos). Mientras veía los bracitos de mi pequeño y a las enfermeras diciendo que les había arañado y me reía ¡menudo genio tenía el pequeño!.

Me llevaron de nuevo a la sala donde había estado dilatando. Mi marido se quedó un momentín con el chiquitín y enseguida vinieron los dos. Al bebé le habían limpiado, puesto la vitamina K y hecho los test de Apgar (9 al nacer y 10 a los 5 minutos). Me lo trajeron limpito, con un gorrito blanco y el body del hospital, y una pulserita con el número de la habitación y su nombre en el pie. Me reí al ver que el body estaba abierto por la espalda, como mi pijama, los dos con el culo al aire, je je.
En la sala aun me dejaron una hora, en observación. Mi marido aprovechó para ir a cenar antes de que cerraran la cafetería, y yo me quedé allí, encantada con mi chiquitín, intentando ponerle al pecho.
El pequeño estaba muy despierto, mirándome con esos ojazos grises. Metía el pezón en la boca pero no hacía mucho más, ya habría tiempo más adelante de que aprendiera a mamar. Yo me quedaba fascinada viendo y tocando sus manitas, sus piececitos, su naricita…. Era el momento de conocerle, de identificarle como hijo mío, de encontrarnos por fin.

Al cabo de una hora me bajaron ya a planta. Iba un celador por delante llevando el nido con el chiquitín y mi marido al lado, y yo detrás en la cama. Al llegar al pasillo de maternidad estaban allí mis padres, a los que no habíamos avisado hasta que no había nacido, súper contentos y con la baba colgando cuando vieron al chiquitín. Ya en la habitación me habían guardado la cena, loncha de jamón incluida. Enseguida vino el enfermero de la noche a presentarse y a traerme otro camisón, toallas, compresas, y de todo lo que iba a necesitar.

Felices pero agotados después de el día más intenso de nuestras vidas, allí nos quedamos a descansar y a disfrutar del pequeño. Era un sueño que se acababa de cumplir.

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A las que estáis esperando vuestro primer bebé (y mí en el futuro cuando esté embarazada de nuevo y lea esto), nos diré:

  • Que tener un parto totalmente natural es muy bonito, pero que las ayudas están para cuando hay que usarlas: la epidural, oxitocina, etc está mal emplearlas como protocolo general porque nos exponemos a problemas secundarios, pero si las necesitas para eso están y ayudan mucho. A mí me ayudaron muchísimo y estoy segura de que si no me hubiera podido relajar con la epidural y si no se hubiera acelerado en el momento clave con la oxitocina, mi parto probablemente hubiera terminado en cesárea. Así que si vuelvo a tener un parto intentaré aguantar sin estas ayudas, pero si la cosa se pone fea no dudaré en pedirlas de nuevo.
  • Que el parto es doloroso, pero no hay que ir con miedo. Duele y mucho, pero no se lleva tan mal como imaginas. El cuerpo se ha preparado para aguantarlo y está listo para soportarlo. Las hormonas ayudan a ello. Se pasa un día malo, pero no es tan malo como muchas mujeres se empeñan en hacernos creer a las embarazadas primerizas. No hay que hacer caso a lo que nos cuentan otras mujeres porque cada parto es diferente y cada mujer es diferente. Una vez que termina todo, se olvida muy rápidamente.
  • Que hay que intentar llegar lo más descansada posible. El dolor del parto es malo, pero el agotamiento pasa una factura más grande aun si se puede. Un parto requiere un esfuerzo físico muy importante y muchas horas sin dormir. Si estás al final del embarazo, plantéate descansar mucho y no hacerte la machota aguantando en el trabajo hasta el último día haciendo encima horas extra si te notas cansada. Luego además, una vez que nace el bebé no vas a dormir más de 2 horas seguidas, así que haz el esfuerzo, céntrate en lo más importante y llega descansada.
  • Que no hay que ir con las ideas muy cuadriculadas. En la sala de partos las cosas suceden muy rápido, y pueden cambiar casi sin darte cuenta. Está bien que pensemos en cómo sería nuestro parto ideal, pero estando siempre abiertas a lo que venga.
  • Que no pienses que con el parto termina todo. Los días de después son durillos, agotadores y muy intensos psicológicamente. Hay que ir preparados para aguantarlos también (de esto hablaré más adelante porque no es para nada como me lo imaginaba). Esos días se necesita calma y tener la habitación llena de visitas no ayuda a ello nada.
  • Que al final resulta una experiencia bonita, feliz, especial. Pero lo más interesante empieza en ese momento, cuando te vas a casa con tu pequeño. Aquí es cuando está todo por hacer…

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9 Respuestas

  1. Anónimo dice:

    Estoy de 37 semanas llorando a moco tendido al leer tu experiencia. ¡Enhorabuena! Y gracias por describirlo tan bien… me da un poco de miedo el tema de sufrir, pero poco a poco me voy relajando. Creo que como tú, el estar nerviosa no me va a ayudar a relajarme y tengo claro que si necesito de medicación para eso está. Mil gracias por compartir tu experiencia. Un abrazo
    Julia

  2. Un abrazo Julia, y mucho ánimo. Piensa en el bebé y verás como todo pasa mejor de lo que piensas 😀

  3. Anónimo dice:

    Increible!!!!! parece q estabas narrando mi parto…fue parecidiiiisimo al tuyo…
    perdida de efectividad en la epidural y oxitocina a tope.con dilatacion de repente rapidisima incluida!!!!
    Solo q en mi caso…sin rotura natural de.bolsa…pero en lo demas…clavado!!!

    Ahora estoy de 23 semanas de mi segundo hijo…esta vez un varon…asi q…aqui ando secandome las lagrimas q me ha producido tu historia tan detallista!!! Muchisimas gracias por compartirlo!!!!

  4. Jeje, ¡qué casualidad! Debe ser más frecuente de lo que pensamos 😀
    Mucha suerte en tu próximo parto, que sea, como dicen las abuelas "una hora corta"

  5. Jolly dice:

    Simplemente hermosa narracion! Estoy de 20 semanas y me da una emocion enorme leer esto,la vedad y interesantes tus concejos y experiencia, gracias por compartirla!!

  6. Natalia dice:

    Yo no estoy embarazada ni nada de eso pero emociona leer artículos así.

  7. Sara dice:

    Felicidades por tu narración. Es de mucha ayuda. Gracias por compartir.

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